martes, 16 de enero de 2007

9. Fuga del Departamento de Policia de Los Angeles

Nunca entendí del todo a la policía norteamericana y mucho menos sus costumbres de congregación. Cuando regresé a las oficinas centrales a lomos del detective O´Neill el número de uniformados se había quintuplicado como por arte de magia. Me recordaron vagamente una escena de los hermanos Marx amontonados hasta lo ridículo en el camarote de un barco.
Apenas nos asomamos al recinto, el pequeño ejército se preparó para convidarme otra descarga de artillería. En pocos segundos se adoptaron posiciones estratégicas, se destrabaron seguros, se ajustaron visores, se reajustaron correas y una voz de trueno me gritó que me quedase quieto. Resultaba admirable el afán de estos hombres por pasarse a tiros a la vereda de los héroes. Era una especie de ansiedad canina que se les reflejaba en los ojos, coordinándolos hacia la misma idea repetitiva; Destruir al enemigo y salvar el mundo.
Lo malo de todo esto era que el enemigo era yo.
Y no sólo era el enemigo sino el enemigo público número uno.
Por lo tanto era evidente que para ellos no se trataba de un mero trabajito de rutina sino la oportunidad de toda una vida. La oportunidad de colocar un proyectil en la frente del villano, algo tan grande como pisar el suelo de la luna o cazar el último bisonte de América.
La expectativa flotaba en el aire. Era el instante detenido en su total perfección antes del desenlace. Ahí estaba yo y ahí estaban ellos; tensos y alertas, sabiendo que una vez abatido el objetivo todo se reduciría a darse palmaditas en el hombro y posar para la foto del Times.
Me sentí indignado ante la imagen de un montón de yanquis sonriendo con un pie encima de mi cadáver. El titular rezaría una sentencia con moralina tipo "Atrévanse y verán" o algo aún más trillado.
Debajo de mí, O´Neill lanzó un gruñido. Una especie de maldición en idioma oso que significaba "Esto no me gusta nada, no señod". Miró de un lado a otro como esperando un gesto cómplice, un guiño, cualquier cosa. Pero ninguno de sus compañeros pareció reconocerlo, para ellos O´Neill se había convertido en un símbolo sacrificable, un número en la estadística de los daños colaterales. Nada que pudiese afectar el resultado final.
Montado sobre su grupa y sin dejar de apuntarle con su browning aceitada, le susurré que se estuviera quieto. No albergaba muchas esperanzas de escapar pero tampoco quería que un mal movimiento adelantara el tiroteo.
--- Si...si usted me dispada, lo van a acdibillad --- Gimoteó O´Neill.
--- No me interesa. Y ya te dije que cierres el pico, gordo ---
Un hombre alto y de cabellos rubios surgió de entre los policías que me apuntaban y se acercó mostrándome las palmas de sus manos. Se detuvo a unos prudentes metros y desde ahí desplegó una magnífica sonrisa de hechicero azteca. Una sonrisa hipnótica y bien ensayada, pero que no involucraba su mirada. Eran los ojos de alguien que podría clavarte un cuchillo en las tripas y después de retorcerlo un poco y mascarte chicle en el oído, abrirte un surco desde el ombligo hasta la garganta y preguntarte si te gusta. Por algún motivo me llamó la atención la pulcritud de su vestimenta, el elegante corte de su traje negro, los zapatos brillantísimos. Mirándolo bien el tipo era un calco exacto de esos guardaespaldas que suelen trotar detrás de las limousines presidenciales y uno se pregunta si pertenecerán a la raza humana ( Aunque esos nunca sonríen).
--- Soy William Glass --- Dijo el hombre del traje. --- Y estoy aquí para solucionar esto. Puede llamarme Will si lo desea. No hay problema. ¿Podemos conversar? ¿Por que no baja el arma? Le prometo que nadie le va a disparar mientras conversamos. Puede confiar en mi. ¿No es cierto muchachos que ninguno de ustedes va a oprimir el gatillo contra el señor Nasra? ---
Sin dejar de sonreír Will torció la mirada hacia sus hombres. Todos negaron con la cabeza como sumidos en un trance chamánico.
--- ¿Lo ve? Aquí todos queremos que las cosas salgan bien.---
--- Que salgan bien un carajo --- Dije. --- Dígale a sus monigotes que despejen la sala o despídase del mamut para siempre ---
Al escuchar mi punto de vista O´Neill comenzó a lloriquear --- Will...Will...no pedmita que me mate...se lo duegoooooo... ---
William Glass ensanchó su sonrisa y al hacerlo se asemejó curiosamente al gato de Cheshire.
--- Teniente Ronald, cállese o lo mataré yo mismo, usted se ha convertido en el hazmerreír de todo el departamento. No me entra en la cabeza como dejó que...---
--- Hablo en serio --- Interrumpí. --- No me costaría mucho apretar el gatillo, sabe? ---
--- Wiiiiiiiill...Se lo duegoooooo...---
--- Amigo Nasra, le pido que razone ¿por qué no llegamos a un acuerdo? Usted retira la pistola de la cabeza del señor O´Neill y entonces quizá nos entendamos ---
--- No, tengo una idea mejor. Yo le meto una bala en el cerebro al señor O´Neill y entonces quizá nos entendamos ---. Desesperado por la tirantez de la situación, me dispuse a llevar la farsa hasta las últimas consecuencias. Ninguno de ellos sabía que yo era incapaz de dispararle a O´Neill, así que debía cuidar mi carta. Se me ocurría que un tipo como William Glass aprovecharía la menor vacilación de mi parte para aplastarme como a una mosca. Me afirmé sobre la espalda de O´Neill, y apreté la pistola encima de su oreja. Acto seguido imité lo mejor que pude la voz de Omar Sharif en Lawrence de Arabia.
--- Que Alá me reciba en sus brazos --- entone solemne.
---NOOOOOO....SE LO DUEGOOOOOO!!!.... --- O´Neill cayó de rodillas y poco faltó para que me tirara de cabeza al suelo. Conseguí sujetarme a él y mantenerme en la misma posición.
La sonrisa de Will se borró en intermitencias y en su lugar apareció una expresión de alarma.
--- ¡Espere! ¡No lo haga! ---
Se había tragado el anzuelo. William Glass, o quienquiera que fuese, se había tragado el anzuelo.
Sin quitarme los ojos de encima levantó una mano en señal de "que nadie dispare", luego dio un paso atrás y carraspeó unas palabrotas.
--- Muy bien señor Nasra, usted gana. Dígame cuales son sus condiciones ---
--- ... ---
--- ¿Señor Nasra? ---
--- ¿Eh? --- Las palabras de Will me habían tomado desprevenido. Por lo que sabía los negociadores nunca daban el brazo a torcer tan rápido.
--- ¿Mis condiciones? ---
--- Si hombre, sus condiciones. Todos los terroristas imponen condiciones antes de liberar un rehén. ¿Cuales son las suyas?---
Por un espantoso segundo se me cruzó la idea de pedir una pizza grande de jamón y morrones. Descarté la idea con enojo, pero enseguida se me presentó otra; un mecano de cuatro mil piezas, esos tres barbudos amarretes que siempre me regalaban medias o calzoncillos!
Necesitaba ordenar mi cabeza para pensar.
--- Quiero que me traigan a Eugenia y al Carcomante lo antes posible, y dígale a sus amigos que dejen de apuntarme. Me ponen nervioso. --- Dije.
Will me miró largamente sopesando mi petición.
--- ¿Que garantías me da de que no va a cometer una locura si ellos bajan las armas?---
--- Le doy mi palabra ---
--- Bueno...no sé, no es que dude de su palabra pero usted podría sacar ventaja de nuestra buena voluntad ---
---Si quiere, yo podría bajar también mi arma, pero ustedes deben hacerlo primero ---
--- De acuerdo ---
--- De acuerdo ---
Will hizo un ademán extravagante y el pelotón de fusilamiento adoptó la posición de descanso.
Para cumplir con mi parte del trato, le saqué la pistola de la cabeza a O´Neill y me la puse en el bolsillo.
--- No era necesario que la guardase en el bolsillo amigo Nasra --- Dijo Will, que parecía sinceramente sorprendido.
--- Pero de todas formas se lo agradezco. Y para que vea que realmente queremos solucionar este embrollo, le quitaremos las balas a nuestros fusiles ¡Vamos, todo el mundo, a vaciar los cargadores! ---
Con obediencia de zombies, el escuadrón policial se despojó al instante de sus municiones y las dejó caer al piso donde fueron amontonándose en tintineantes montoncitos.
--- Por mi no se molesten --- Dije, un poco confundido.
--- Faltaba más, un hombre de palabra no se encuentra todos los días. A propósito ¿Cómo está su pierna? Una herida como esa debe doler, me imagino. ¿No le gustaría que le traigamos un médico? ---
Cuando pronunció la palabra "médico" Will recuperó su antigua sonrisa de hiena. Detalle que me devolvió a la realidad con un escalofrío. Creo que de no haber sido por su sonrisa hubiésemos seguido conversando toda la tarde.
--- No se olvide de Eugenia y el Carcomante --- Dije.
--- Claro que no. ¡Jefe Marshall, traiga a la chica y a su...criatura. ¡Rápido!---
Un policía petizo y calvo se apartó del resto y partió a la carrera en busca de Eugenia.
O´Neill permanecía de rodillas, soportando mi peso en su espalda. Su llanto se había reducido a un hipo fastidioso y constante y parecía haberse meado encima, además su cara era un manchón negro de tinta seca y tenía la nariz quebrada y llena de sangre coagulada, pero por lo demás parecía estar bien.
-- Puedo levantadme ahoda? --- Preguntó.
Le dije que si.
Se apoyó sobre una pierna y comenzó a levantarse con pesadez.
Y entonces, sin ningún aviso, Will sacó un revólver de su cintura y disparó.
El resto vino en secuencias erráticas y las pocas imágenes que retuve se tradujeron a diapositivas confusas y fuera de foco.
La cabeza de O´Neill explotando a centímetros de mi cara.
La lluvia de sangre y sesos salpicándolo todo en un radio escarlata.
El horrible silencio de sordera que sobrevino como un eco después del estampido.
Las facciones desencajadas de William Glass y sus hombres.
Will gritando a todo pulmón que había metido la pata y que lo sentía pero que de todas maneras abrieran fuego! fuego! fuego!.
El estupor de los policías con sus dedos tanteando torpemente en el suelo, buscando balas y razones, dudando en obecer la orden, mirando alternativamente a Will y al cadáver de O´Neill.
Y en un plano sepia y como más opaco yo mismo, moviéndome por instinto, aprovechando los segundos de vacilación para escaparme de ese manicomio.
Cobré velocidad en forma lenta y desprolija. Me moví dando tumbos, agazapado para esquivar algunas balas silbadoras ( las de Will seguramente, las últimas que dispararía en su vida profesional ), me abrí paso entre un laberinto de escritorios, computadoras y pequeños cubículos-oficina de paredes de corcho. A mi derecha un monitor estalló arrojando un millón de avispas de cristal en todas direcciones. Una de esas avispas se incrustó directamente en mi ojo. El dolor fue como fuego. Automáticamente me llevé una mano al ojo lastimado y toqué una esquirla del tamaño de una navaja. Las lágrimas me brotaban a chorros. Tiré de la esquirla y noté que cedía, el globo ocular salió de la cuenca con un húmedo blop y se quedó colgando contra mi mejilla como uno de esos ojos de chasco que se intercambian por figuritas. Grité y grité pero mi ojo se quedó ahí, supurando un líquido gelatinoso y tibio. Un balazo me rozó el hombro y me salpicó el cuello con sangre. Me zambullí en la primer puerta abierta que encontré, me topé con un matafuegos y lo derribé. En mi alucinada huída lo confundí con un bombero y le pedí disculpas, corrí a tientas con mi ojo bamboleándose como el péndulo de un reloj. Con mi ojo sano entreveía un corredor borroso que parecía extenderse hasta el infinito. A mitad de recorrido el pasillo infinito se convirtió en una escalera y yo me encontré rodando hacia abajo a toda velocidad. No sé cuanto tiempo duró la caída, pero fue suficiente para que cobrara conciencia de cada uno de mis huesos. Cuando terminé de rodar y quedé tendido en el rellano, mi cerebro estaba lleno de ruido de frituras y mi boca balbuceaba por su cuenta una serie de palabras sin traducción.
Presentí que estaba cerca de sufrir un colapso general. Se me ocurrió la estupenda idea de quedarme inmóvil esperando que mis circuitos se apagasen de una vez por todas.

Pero aunque mi estado era lastimoso, mis circuitos no se apagaron. Estaba tirado en el piso con un ojo enfocado en una lámpara y el otro vaya uno a saber donde, tenía un balazo en la pierna y otro en el hombro, además de una veintena de dolores en degradé que formaban su propia sinfonía y me hacían imposible un calculo exacto de los daños. Justo sería admitir que a esta altura ya no esperaba demasiado, esperaba un final simple y sin mayores complicaciones; la cara sonriente de William Glass cayendo desde el cielo raso con alguna frase mentecata a lo John Wayne y después un disparo redentor. Esperaba el cielo o el infierno. Incluso la nada. Pero si había algo en el mundo que no esperaba era escuchar la voz del Carcomante. Y debo decir que aunque la voz del Carcomante siempre me había sonado como una orquesta de serruchos, ésta vez me pareció la más dulce de las voces.
--- ¡¡Juazz!! ¡¿Que ezz lo que ven miss ojozz?!. ¿No ezz ezzte el monito feo que venía con nozzotrozz? Y pareze que alguien zze ha limpiado el culo con él. ¿No ezz zierto monito?.Ya veo que te han dado una buena palizza. Pero de todazz manerazz no creo que ezzte zzea el mejor momento para echarzze una zziezztita. No no no no. El avizzpero ya ezztá bazztante revuelto como para andar haziéndonozz lozz dezzmayaditozz. No?. ¡Azzí que arriba!.
¡Arriba zzo cabrón! ¡Arriba carajo!. ---
Abrí mi ojo y parpadeé para entender la imagen. Eugenia y el Carcomante habían apresado al jefe Marshall, Eugenia lo rodeaba con un brazo y le apoyaba un tenedor contra la garganta. La cara del Carcomante y la del jefe Marshall habían quedado a la misma altura y se miraban fijo, de modo que parecían los novios más feos del mundo a punto de darse un besito. Marshall tenía las manos esposadas por detrás, estaba rojo como una brasa y su labio inferior colgaba y hacía pucheros. Me imaginé que ni diez años del más duro entrenamiento lo habían preparado para una situación como aquella. Sentí lástima por él.
--- Te vas a quedar ahí tirado? --- Gritó Eugenia con los ojos enloquecidos.
--- No mi amor, pero es que me caí por esa escalera y me parece que me fract...
---¡Nada de perozz!. No hay tiempo para parlamentozz. Lozz polizz nozz van a hazer pedazozz zi nozz quedamozz acá ---. El Carcomante tenía la misma expresión de bestezuela empedernida de todos los días, cosa que sorpresivamente, me reconfortó. Además el tipo tenía razón, era urgente movernos para salvar el pellejo.
Intenté levantarme pero mi pierna baleada escupió un racimo de chispas eléctricas por mi sistema nervioso.
Emití un grito de urraca vieja, vencida.
--- No puedo hacerlo, no puedo hacerlo...sigan ustedes ---
---¡VAMOS!!--- Gritaron al unísono Eugenia y el Carcomante.
Me tambaleé como si tuviera las articulaciones de goma y conseguí mantenerme sobre el pie sano dando ridículos saltitos para mantener el equilibrio.
--- Ahora sacale el arma y cubrinos --- Me ordenó Eugenia.
Yo obedecí. Por segunda vez en el día me encontraba sosteniendo una pistola sin saber muy bien que hacer con ella.
El Carcomante se dirigió al jefe Marshall con un susurro.
--- Guíenozz hazia la zzalida ahora mizzmo o le abrimozz una traqueotomía gratis. Y nada de truquitozz, monito, que ya zze nozz acabó la pazienzia ---.
Marshall carraspeó, sus ojos estaban tan abiertos como los de un muñeco de ventrílocuo. Por el color que había tomado su rostro se notaba que creía en las palabras del Carcomante a pies juntillas.
--- Por allá, al final del pasillo, aquella puerta da a la recepción. Desde ahí hasta la salida principal hay unos veinte metros, pero yo les sugiero... ---
--- ¡Cállese! --- dijimos los tres.
Nos arrastramos hacia la puerta, Eugenia y el Carcomante aferrando al policía, yo cubriéndoles las espaldas con mi nueva Smith and Wesson.
Me había preparado para lo peor. Pero lo que vi cuando entramos en la recepción me dejó sin palabras. Por algún motivo ajeno a nuestro entendimiento un colorido grupo de travestis había formado alianza con unos tipos enormes en cuyas camperas de cuero se leía la inscripción "Hell Angels" y juntos se habían trenzado en una apoteósica riña a trompadas con la policía. El griterío formaba una sola nota histérica y ensordecedora. Por el aire volaban todo tipo de objetos tales como pisapapeles, teléfonos, sillas y hasta una vieja cafetera eléctrica que describió una órbita suicida y se estrelló contra una mampara de vidrio haciéndola saltar en pedazos.
Los polis habían conseguido apiñarse en el medio de un mostrador central que tenía la forma de una herradura, y desde ahí resistían lo mejor que podían. Pero al igual que en El Álamo se veían superados en número y era evidente que llevaban las de perder. Tal vez fuera por ese inexplicable orgullo de pertenecer a la policía de los ángeles, o quizás porque la adrenalina había llegado a ese punto en que ya no había retorno. Lo cierto es que éstos hombres luchaban con una valentía pocas veces vista. La mayoría de ellos tenía la cara ensangrentada, los labios partidos y los ojos amoratados, algunos habían perdido varios dientes y otros lucían rasguños que parecían surcos de arado. El conjunto resultante era a un tiempo patético y estremecedor. Era como ver una pelea de cowboys en una vieja cantina del lejano oeste en cinemascope y atiborrado de peyote.
--- Esto es algo que pasa todos los meses --- Nos informó el jefe Marshall. ---Desde que el alcalde Wainwright encarceló a los mayores traficantes de silicona de los barrios latinos de Los Ángeles y restringió el uso indiscriminado de Botox. Éstas yeguas chifladas no paran de acosarnos. Ni siquiera se dan cuenta de que la medida de Wainwright las beneficia directamente. Estaban cayendo como moscas. Últimamente no pasaba una semana sin que ingresara a la morgue alguna loca desfigurada o intoxicada por implantes mal hechos---
--- Mmmh...Y que me dice de los motoqueros? --- Pregunté.
Marshall meditó un segundo.
--- Bueno, no lo sé con exactitud, ellos...simplemente parecen adherirse a cualquier causa en nuestra contra. Por estos días son una raza en vías de extinción, pero para nosotros han sido un grano en el culo desde los años setenta ---
En respuesta a eso, una máquina de escribir pasó volando a centímetros de nuestras cabezas y desapareció por el hueco de la puerta. La oímos chocar a nuestras espaldas y organizar su propio escándalo de Clanks y Claketiklanks.
El Carcomante emitió un silbido de apreciación y torció la cara hacia Eugenia.
--- Que te pareze, bonita? ¿te guzzta ezzte zirco? Ahí adelante ezztá la zzalida. ¿Cruzzamozz la línea de fuego y nozz arriezzgamozz a que nozz despellejen vivozz o qué?---
--- Crucemos ---. Dijo Eugenia sin vacilar, y noté que su voz sonaba más áspera que de costumbre. Percibí la forma en que la luz de los tubos fluorescentes rebotaba en su mirada de psicópata y huía hacia lugares más acogedores. Vi sus dientes apretados en un gesto primitivo de tensión y determinación y me pregunté que era lo que no cuajaba. Había algo en ella que me inquietaba. Se la veía distinta. Más endurecida, sin duda. En mi ausencia se había producido algo lo suficientemente grave como para obrar ese cambio en su interior. ¿Pero qué?
Fue la propia Eugenia la que me sacó de mis cavilaciones.
---Crucemos ahora--- Gruñó. Sus labios se habían contraído en una sonrisa horrible.
Yo me aclaré la garganta. ---Eugenia, no creo que sea una buena idea. Seamos sensatos. No estoy en condiciones de...
Arrastrando al jefe Marshall hasta el borde de la asfixia, Eugenia se volvió hacia mi echando chispas por los ojos.
---¿Qué dijiste?---
Desde el hueco de su axila el Carcomante me hacía señas llamándome a silencio.
--- ¿Qué dije de qué? Eugenia, mi amor, que te pasa?¿Por qué estás tan enojada? ---
---¿CÓMO ME LLAMASTE, ESPECIE DE TUERTO IMBÉCIL? ¿DE DONDE SACASTE QUE ME LLAMO EUGENIA? MI NOMBRE ES PRISCILA. PRIS-CI-LA. COMO LA PRESLEY. ¿CAPTÁS? COMO LA JODIDA PRESLEY. Y SI TU RAQUÍTICO COEFICIENTE NO ALCANZA PARA QUE LO RECUERDES VA A SER MEJOR QUE CIERRES EL HOCICO HASTA QUE ALGUIEN TE ORDENE ABRIRLO. OK?
El vozarrón de Eugenia... (de Priscila) fue tan fuerte que acalló a todas las demás voces. De repente un silencio sobrecogedor cayó sobre nosotros.
---¿Quienes son ustedes?--- Nos preguntó uno de los Hell Angels. Su expresión era de curiosidad pero la mano que aferraba el cuello del poli continuó firme.
---¡Y por Jesús! ¿que es eso que traen ahí? --- Quiso saber un flaco travesti embutido en un trajecito de lycra rojo.
---Ah no es nada, es solo el jefe Marshall que nos estaba mostrando la salida --- Dije, conciliador.
---No. No. Eso. ¿Que demonios es Eso? --- Insistió el travesti señalando con un dedo la axila de Priscila.
---"Eso" no es de tu incumbencia queridita --- Dijo Priscila ---Ustedes mejor sigan con sus asuntos y no interfieran en los nuestros ---
Se produjo un nuevo silencio. La turba parecía haber perdido todo interés en la pelea y en cambio las miradas se centraban en el Carcomante con una fascinación malsana.
Como para relajar el ambiente intenté una nueva táctica.
---Venimos en son de paz, de un lejano país llamado Argentina. Ar-gen-ti-na. ¿Alguno de ustedes conoce Argentina?...¿Gardel? ¿Maradona? ---
---Bazzta, monito. No estazz ayudando en nada--- Murmuró el Carcomante.
---¿Fue el doctor Benítez verdad? --- Preguntó una rubia platinada que tenía una enorme verruga en un costado de la boca.
Priscila la miró perpleja.
---El doctor Benítez, el cirujano más famoso de California, estuvo experimentando con una sustancia nueva para que la piel produzca sus propios lunares. ¿Lo ven? Me aseguró que en un par de días quedaría igualita a Marilyn Monroe---
--- No sé de qué demonios estás hablando --- Le contestó Priscila con irritación.
---Pues de esa verruga que te cuelga del brazo, linda. Es la cosa más llamativa que he visto en años. Y eso que aquí en California las cosas llamativas están a la orden del día---
---Pues a mi más que verruga me parece un jodido perro Chou Chou --- Acotó un motoquero mesándose una larga barba negra.
Priscila se había puesto roja como un tomate, sus hombros adoptaron la posición de un felino a punto de atacar. Pero el Carcomante tomó partido antes de que las cosas pasaran a mayores.
--- Mizz queridozz monitozz.--- Recitó con voz fuerte y clara. ----Puede que nuezztro azzpecto lezz parezzca eztravagante y hazzta amenazzador, pero no hay nada que temer. En el fondo nuezztra cauzza ezz común a la zzuya. Zomozz prizzionerozz políticozz luchando por la libertad. Nuezztro único crimen, como bien lo pueden atezztiguar mizz compañerozz, ha zzido denunziar lazz injuzztiziazz de un Ezztado totalitario que zze zzozztiene mediante engañozz y mentirazz. ¿Acazzo ezztá mal que un individuo intente defender zzuzz idealezz de igualdad y rezzpeto? ¿Ezztá mal que un individuo dezida por zzi mizzmo y zze haga cargo de lazz conzzecuenziazz de zzuzz actozz? Y lo mázz importante ¿No zzon ézztozz derechozz que cualquier ziudadano debería defender como el mázz preziado de lozz tezzorozz?
En todo el recinto reinó un silencio sepulcral. Todos se quedaron mirando al Carcomante como si no acabaran de entender lo que había dicho.
Al cabo de un momento uno de los Hell Angels se llevó un puño al pecho y gritó --- ¡Asi se habla!. ¡Tiene usted toda la razón amigo! ---
De inmediato se sumaron otras voces de aceptación.
Al ver esto el Carcomante hizo una pausa para darle más dramatismo a su discurso, gesticuló unas muecas y prosiguió. ---Y diganme uzztedezz monitozz ¿Qué hemozz rezibido nozzotrozz a cambio de nuezztrazz demandazz? ¿Acazzo hemozz zzido ezzcuchadozz? ¿Acazzo hemozz zzido tenidozz en cuenta?--- Su voz se había vuelto calculadamente perentoria y grave.
--- ¡Por supuesto que no! --- Gritó un policía que tenía la cara cubierta de hematomas. Y no pudimos entender si se estaba manifestando a favor o en contra. Una lluvia de puñetazos arreció sobre su cabeza.
Noté que el vapuleado grupo de policías emprendía una cautelosa retirada a medida que las arengas del Carcomante echaban más leña al fuego.
---¡Lo único que hemozz rezibido han zzido palozz y mázz palozz! --- Gritó el Carcomante. --- ¡Pero no lo vamozz a permitir! ¡Por el Gran Hacedor que no! --- ¡Claro que no! --- Contestaron a coro los demás, y en sus expresiones convencidas se leían las sumas de todas las revoluciones de la historia.
--- Porque hoy ezz el día, camaradazz monitozz, hoy ezz el día en que nozz hemozz levantado y hemozz dicho bazzta! Y en el futuro, cuando lazz nuevazz generazionezz miren hazia atrázz, verán lo que hemozz hecho y dirán: ezzoz fueron los valientes monitozz que zze rebelaron contra el zzizztema y cambiaron la hizztoria para zziempre! ---
La turba respondió de inmediato con una ovación cerrada, era tal el arrebato reinante que en toda la recepción la temperatura parecía haber ascendido diez grados.
--- ¡Acabemos de una vez con los cerdos degenerados! Prendamos fuego este maldito edificio!--- Gritó alguien desde el tumulto.
--- ¡Si!--- Gritaron otros.
En poco segundos el caos fue tan grande que debimos esforzarnos para mantenernos unidos. Priscila liberó del tenedor la garganta de Marshall y le hizo una seña para que se fuera pero Marshall sacudió la cabeza con horror y señaló a un grupo de desaforados que ya habían apilado unos muebles y estaban intentando prenderlos fuego.
--- Si me liberan ahora soy hombre muerto --- Dijo.
--- Cómo quieras --- Respondió Priscila --- Pero más vale que no nos entorpezcas el paso ---
--- Vámonozz de una vezz --- Apuró el Carcomante. Y cómo a todos nos pareció una excelente idea caminamos apretujados entre el tumulto ciego en dirección a la salida.
A unos metros de la puerta la silueta de William Glass nos cerró el paso como en el momento cliché de una mala película de terror.
--- Ninguno de ustedes dé un paso más, malditos monstruos, o juro que les vuelo la cabeza --- Murmuró esbozando una fea mueca de simio.
--- No confíen en él, es un tramposo que no cumple sus promesas --- Dije tontamente, pensando en nuestra conversación anterior. Pero mis palabras hicieron un efecto inesperado sobre Priscila, que sin dudarlo, lanzó su tenedor como si fuera un cuchillo. El tenedor dio tres vueltas perfectas y se enterró en la garganta de William Glass, éste dejó caer el revólver y se llevó una mano a la herida. Con los ojos abiertos de par en par y una expresión de sorpresa estúpida pintada en la cara, se arrancó el tenedor e intentó detener el chorro de sangre con las dos manos. Una mancha roja cada vez más grande fue invadiendo su radiante camisa de quinientos dólares. Sin dejar de mirarnos William Glass fue resbalando hacia abajo con la espalda pegada al marco de la puerta.
--- Un...tenedor... --- Balbuceó con la vista extraviada seguramente en los paisajes de una muerte cercana.
--- Un...maldito...tenedor... ---
Salimos al exterior como una manada de locos. Cegados por el sol, atropellándonos, apoyándonos los unos en los otros. Bajamos apresuradamente unas largas escalinatas de mármol en dirección a la calle y avanzamos hacia unas enormes motocicletas agrupadas en un amplio estacionamiento lateral con la única idea de huir de toda esa locura lo más rápido posible.
Detrás nuestro, se oían los gritos de la horda que el Carcomante había desatado contra un sistema injusto, el estruendo de grandes ventanas estallando en pedazos, y el crepitar del fuego expandiéndose y trepando por las paredes del edificio.
Lejanas sirenas se encendieron y le confirieron profundidad a un paisaje onírico y fantasmal. Esto es real, decían las sirenas, esto es asombrosamente real.
Nuestras vacaciones recién empezaban.


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